miércoles, 18 de enero de 2012

"MEFAGRIM"

Creo que la capacidad de la población israelí para hacer valer su dignidad ha sucumbido ante la ambición y la especulación.

Si hace unos meses nos admirábamos de como fue posible mediante las redes sociales doblegar las abusivas intenciones de compañías como Tnuva o Strauss hoy solo queda si acaso el recuerdo.

No se trató solamente de "la guerra del queso cottage" que si por algo triunfó fue porque se lo sintieron donde les duele: en el bolsillo. Cuando vieron que el queso se echaba a perder en los comercios y las fechas de vencimiento de grandes lotes se acercaban a toda prisa pues se decidieron a bajar de nuevo el precio, claro que sin ningún deseo de hacerlo.

Pero tal y como van las cosas, en el pulso entre productor, intermediario y consumidor los dos primeros llevan las de ganar y que no se asombre nadie de recibir en un gran comercio respuestas como "zé ma sheiésh" (es lo que hay), así, con el mayor desparpajo del mundo. Y es que ocurre con las grandes compañías lo que ocurrido con muchos políticos: sienten que disfrutan de una especie de impunidad que parte en primer lugar, del excesivo proteccionismo a la industria nacional que al verse libre de la competencia foránea puede hacer de las suyas tranquilamente.

Voy regularmente de compras a Shufersal, esa gran cadena de supermercados con inmerecida fama de barata y que ha estado disfrutando de una danza de millones, que han ido absorbiéndolo todo e implantando lo que ya es un monopolio que incluye sistema crediticio. Llego a buscar un producto, por ejemplo de Bagel y no lo encuentro porque quieren que yo como consumidor compre el de Osem que es más caro y por eso aún está en existencia. Quiero comprar cebollas y tengo que escoger durante un cuarto de hora entre una masa pestilente y encima pagar por eso 4 shekels por kilo de un producto sin calidad que en otro país no se le daría de comer ni a los animales. O cuando nos encontramos un producto que dice estar en "rebaja" cuando en realidad le subieron el precio unas semanas antes y ahora al volver al precio "normal" es anunciado como ganga. Y todo para llegar a pagar a la caja y esperar otro cuarto de hora y hasta media hora porque de 30 cajas con que cuenta el establecimiento sólo hay trabajando 16 (y esto en pleno jueves por la noche), todo para ahorrarse pagar a unos empleados más. Total, que se fastidie el cliente. Son esos los trucos y malos servicios con los que nos timan a diario.

Y sucede que en medio de toda esta ola especulativa de alza de precios, los dueños de casas no quedan detrás, ni las compañías de transporte ni los de la electricidad, ese pulpo intocable cuyos empleados fijos reciben como mínimo casi 4 veces más de lo que yo gano y que pueden encender su casa como un stadium sin pagar un shekel.

Tal parece que todo esto es lo que se ganó con las manifestaciones y con tomar las calles para protestar: que se burlen en nuestra cara. Y es que a pesar de la justeza de la indignación de los manifestantes se perdió mucha seriedad por la falta de constancia en las protestas y por dejar asumir el papel de estandartes mediáticos a gente como ese lamentable niño hablando de Marx y con una camiseta roja de Che Guevara.
De modo que no tengo ninguna esperanza en la famosa comisión Trajtemberg y si se hacen arreglos serán solo cosméticos.

Sé que una inflación que ronde el 2% es saludable económicamente, pero lo que está ocurriendo en el país es como una carrera por llenarse los bolsillos subiendo los precios y mientras tanto los salarios no suben, convirtiendo el asunto en lo que ya de hecho es una hiperinflación pero no de las que hacen subir salarios sino de las que nos asfixian a los que trabajamos honradamente. Quienes no se ven afectados son los que perciben salarios superiores a los 10.000 shekels mensuales y quienes salen definitivamente ganando son las compañías sobreprotegidas y las personas que evaden impuestos y hacen dinero en efectivo "por debajo de la mesa".

También soy de los que se oponen a un control innecesario del estado porque está demostrado que es un obstáculo en vez de una ayuda y frena el crecimiento de la libre empresa. Pero la lucha contra la especulación es algo de lo que el Estado sí debe encargarse y no ser parte de ella.

Por eso me callé ante un pensionado que me declaró: "anajnu am shel mefagrím" (somos un pueblo de retardados).



Viñeta: Awantha

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