miércoles, 8 de diciembre de 2010

LAS ENSEÑANZAS DE UNA CATASTROFE

Después de toda la amargura y dolor que nos queda por la muerte de 41 personas y la pérdida de 5 millones de uno de nuestros más preciados tesoros (los árboles) y más teniendo en cuenta que el incendio se produjo en una de las zonas más bellas de nuestro país, llega el momento de reflexionar, no de vociferar.

Muchos se han dedicado a perder el tiempo dando rienda suelta a sus nunca calmados apetitos de poder político criticando al Primer Ministro y a miembros del gabinete. Sé que no todos los críticos no dejan de tener razón. El asunto está en lo que si motiva las críticas es un razonamiento sincero y una preocupación genuina o simplemente un intento de trepada a una rama más en el árbol político. Son estas últimas las que generalmente llegan sin aportar ideas o soluciones.

Eli Ishai, ministro del Interior se lava las manos y descarga la culpa en la Tesorería que no aportó la financiación necesaria para renovar y aumentar el equipamiento contra incendios del país. El de Finanzas a su vez, puede echar mano al pretexto que sirva y así, seguiría todo como hasta hoy.

Por otra parte, la decisión inmediata del Primer Ministro de solicitar la ayuda internacional, fue acertada. Fue una decisión de quien a pesar de cargar culpas por llegar a la situación que llegamos lo hizo con los pies en la tierra y sin ampararse en falsos chauvinismos nacionalistas. Su actuación en el momento de crisis fue la adecuada y eso no hay que discutirlo.

Lamentablemente, la aprobación de los presupuestos en la Kneset* se parece más a una batalla campal entre hombres de Neanderthal donde cada cual lucha por los intereses partidistas y llenar las arcas de lo que le parece que debe ser prioritario.

Nadie en el parlamento quedaría sin culpa sólo por decir "ese no es mi asunto", cuando en realidad el hecho de ganar sus escandalosos salarios de 30.000 shekels debería motivarles a pensarlo bien antes de votar por recortes y motivarles a doblar más el espinazo.

Eso es en lo que respecta al manejo de la catástrofe y las faltas de previsión de los gobiernos, pero ¿qué podemos aprender sobre el inicio del incendio? Creo que es una de las claves para llegar a que no se repita. Que un adolescente de 14 años con un descuido ha podido causar un siniestro de tal envergadura mueve a una reflexión más profunda, a echar un vistazo realmente crítico de las bases de nuestra sociedad. No se trata de un adolescente con características específicas, es simplemente uno más y eso es lo preocupante.

Veo a diario los ejemplos de la desidia, la falta de sentido común, el egoísmo y la despreocupación por cosas elementales. Somos una sociedad en la que una parte observa respetuosamente las leyes, trata de hacer su trabajo lo mejor posible, es limpia y pulcra, cuida su entorno y trata de no perjudicar a los demás. Pero desgraciadamente hay una buena parte que tal parece considerar que la normas no están hechas para ellos y por lo tanto transitan por calles estrechas a toda velocidad, dejan a sus perros sueltos en la calle, suben los pies calzados donde uno se va a sentar en el autobus, escupen o arrojan el envase de lo que comieron en el suelo con una naturalidad ciento porciento, orinan a dos metros de cualquiera y en cualquier sitio, vociferan para imponer su deseo, no respetan al resto de los automovilistas, fuman donde les place, no respetan turnos en las filas y un largo etcétera.
Es como si en este país tan tecnológicamente avanzado y con tantas instituciones científicas y culturales existiese una ruptura, una disonancia, esa especie de cultura del “no me importa” o del “me dá la gana”, simplemente porque hacerlo es “kef”**. Es querer subordinar a los demás a nuestra propia majadería. Y aún hay que soportar que haya quienes llamen a eso “israeliút”***, un sello que al menos a mí no me interesa llevar si conlleva todo lo anteriormente descrito. No quiero caer en las miles de justificaciones o interpretaciones pseudopsicológicas que achacan esas conductas a una presión psicológica colectiva.

Un adolescente (fumando una narguila con 14 años de edad) y que deja restos encendidos en medio de un bosque, cercano a su casa además, es parte de esa malsana subcultura del "que se joda el otro" de la que tantos otros ejemplos vemos cotidianamente. Es esa actitud la misma que asume el vecino que ocupa mi parqueo, el que no bastándole que su patio sea un chiquero, arroja basura en mi jardín o en pleno shabat molesta al vecindario. Esa es la pieza defectuosa de nuestra sociedad que nadie suele ver. Y si no le damos importancia, pues ahí tenemos a lo que puede llegar.


*     Parlamento.
**    Expresión israelí para designar algo cómodo, relajante, que se disfruta.
*** Podría traducirse como "Israelidad", pañabra que pretende referirse a una   identidad nacional.

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